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¿Qué es la buena crianza?

No existe un solo modelo educativo ni fórmula perfecta para criar. Cada padre, madre o cuidador va respondiendo en la práctica a las demandas que requieren los menores y a los contextos en los que se encuentran, así como a los modelos aprendidos generación tras generación. Aun así, hay ciertos parámetros que resultan importantes de atender.

El desafío de la parentalidad implica poder satisfacer las múltiples necesidades de niños y niñas, esto es, alimentación, salud física, protección y requerimientos cognitivos, emocionales y socioculturales. Madres, padres y cuidadores contribuyen así al desarrollo de los niños y niñas; la manera de relacionarse con ellos dejará profundas huellas en su personalidad.

Cristina Vera, psicóloga clínica, terapeuta y miembro de Unidad de Terapia Familiar con niños y adolescentes del Instituto Chileno de Terapia Familiar (ICHTF), reafirma y agrega que con las prácticas de crianza, los adultos a cargo de un pequeño modulan y regulan emociones de los menores.

Cuando se habla de estilos de crianza, se puede entender esto como la forma que tienen madres, padres y cuidadores de reaccionar y responder a las necesidades de los niños y niñas. Cada uno corresponde a patrones de actuación que recogen un conjunto de emociones, pensamientos, conductas y actitudes de los adultos. En este sentido, “es muy importante reconocer que los modelos de crianza se transmiten como fenómenos culturales, de generación en generación”, dice Cristina Vera. La psicóloga añade que en la crianza se responde a las demandas de cuidados y educación de un niño o niña con prácticas que son resultado de complejos procesos de aprendizaje, los que se realizan, de preferencia, en la familia de origen, pero también en las redes y el contexto social.

No existe un solo modelo de crianza

Es relevante saber que no se utilizan siempre las mismas estrategias con todos los hijos ni en todas las situaciones, sino que, dentro de un continuo más o menos amplio, seleccionamos las pautas educativas que nos son más acordes. No hay dos niños o niñas iguales, aunque los problemas que muestren puedan ser parecidos. Así lo explica Cristina Vera, añadiendo que los estilos de crianza o educativos suelen ser mixtos y mutan con el paso del tiempo y el desarrollo de un menor. También reciben influencia del género del pequeño, de su posición en el número de hermanos, de sus características temperamentales, etc. “No podemos olvidar que las relaciones entre padres e hijos son multidimensionales y circulares, es decir, se influyen mutuamente”, afirma.

Según explica la profesional, los diferentes estilos de crianza se caracterizan por dos factores principales. Por una parte, está la sensibilidad e interés que muestran los padres, madres y cuidadores con las emociones de los niños y niñas, es decir, la capacidad de entenderlos emocionalmente y dar respuesta a estas necesidades; más que la sensibilidad e interés del adulto, lo fundamental es cómo percibe el niño o niña esa sensibilidad y ese interés. Un segundo punto es la puesta de límites y cómo el niño o niña percibe dicho proceso.

Buenas prácticas

Criadores dispuestos a aprender. Lo destaca María Paz Badilla,sicóloga y directora de Fundación Ideas para la Infancia. La profesional reafirma que la crianza es un proceso: “Es cierto cuando se dice que nadie nace sabiendo cómo ser papá o mamá. Todos traemos una historia y determinadas ideas sobre lo que es cuidar y criar a un niño, pero en el cotidiano y en la práctica es donde esta tarea se aprende”. Y si se trata de hablar de una buena crianza, a juicio la sicóloga, por sobre todo, esto requiere de cuidadores que estén dispuestos a aprender y pensarse a sí mismos en esta tarea, es decir, conquistar la conciencia parental como una vía hacia no replicar modelos de crianza que sean inadecuados o maltratantes.

Una buena crianza –enfatiza María Paz Badilla– también es aquella que, como plantea el enfoque de la parentalidad positiva, desde la observación sensible del adulto, permite un conocimiento del niño para ajustar las capacidades de papás y mamás a las necesidades evolutivas del menor. Asimismo, se realiza desde el amor, legitimando a niños y niñas como personas con derechos, necesidades y capacidades.

“La sincronía entre las necesidades de hijos y padres es fundamental; si esta no es adecuada se produce un desajuste en las interacciones, pudiendo presentarse dificultades en el desarrollo”, complementa Cristina Vera.

La flexibilidad también es importante. La terapeuta de ICHTF comenta que padres, madres y cuidadores deben poseer suficiente de esta cualidad para adaptarse a los distintos cambios que experimenten los menores. En esta tarea –explica la sicóloga– es necesario considerar la etapa del ciclo vital de las familias, reconociendo los requerimientos propios en función de a las distintas etapas que viven. Esto constituye una mirada evolutiva de la crianza.

Escucha activa. Como ya se mencionó, podemos distinguir distintos estilos de crianza. Algunos de los descritos son: autoritario, permisivo, negligente y democrático. Este último sería el más positivo, pues en él se atienden las necesidades emocionales de los niños y niñas y, al mismo tiempo, se ocupa una disciplina positiva. Conlleva consensuar de modo democrático las decisiones y las normas para dejar que los niños o niñas desarrollen de mejor manera su autonomía y su confianza.

En este sentido, el concepto escucha activa pudiese ser un aporte en el modo cómo educamos. Corresponde a una forma respetuosa de tratar a los niños, facilita la comunicación en la familia, ya que potencia la empatía y fortalece los lazos afectivos.

La sicóloga explica que oír atentamente a los niños y niñas, colocándose a la altura de sus ojos, para poder establecer contacto visual hace que sientan a sus padres más cercanos, en tanto el adulto puede apreciarse capaz de empatizar con los estados emocionales de su hijo o hija, comprender sus preocupaciones y, por supuesto, intentar transmitirles calma y serenidad, aumentando la conexión emocional. “Este modo de acercamiento obliga a los padres, madres y cuidadores a salir de su mundo y entrar en el universo emocional de los menores. Por otra parte, la escucha activa también sirve como una herramienta de validación emocional. Cuando el menor recibe la validación que necesita, es probable que se convierta en un adulto seguro y confiado, con una buena autoestima”.

Para María Paz Badilla, la escucha activa es la base de la acogida parental, algo vital para construir una sensibilidad que nos permita dar respuestas pertinentes a las necesidades de nuestros hijos. La sicóloga afirma:

  • Los padres tendemos a dejar poco espacio al silencio, creemos que siempre en el decir educamos. Pero, a veces un abrazo, una mirada atenta, una respiración profunda puede ser un gran recurso para conectar con nuestros niños.
  • La conexión para guiar y acompañar el desarrollo de otro es vital. La escucha nos enseña a sintonizar primero afectivamente, hacernos la pregunta respecto a quién es el otro, qué necesita o qué emoción se esconde detrás de su conducta. El escuchar es como el “disco pare” que nos ayuda a detener el piloto automático, aumentar la conciencia y empatizar con las ideas y necesidades de los niños.

Sumar y multiplicar

Ambas operaciones son fundamentales en la tarea de criar un niño. Así lo afirma la directora de Fundación Ideas para la Infancia. Si queremos dejar huellas positivas en la vida de nuestros hijos –dice– son bienvenidas las acciones que sumen y multipliquen la posibilidad de encuentros amorosos, de disfrute, de vínculo positivo o disciplina positiva.

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Jugar. “El juego es crucial para que, como familias, seamos un aporte a la vida de nuestros niños y niñas. Jugar es básico para el desarrollo infantil y para que los niños conquisten una serie de habilidades sociales, emocionales y cognitivas que les serán de mucha ayuda en su vida adulta. Aquí las familias tenemos un rol importante que implica ser promotores de contextos lúdicos para el desarrollo infantil. No se trata de estar todo el día jugando –probablemente pocos tienen tiempo para eso–, sino de ir conquistando una actitud lúdica que permita que las típicas actividades de la vida cotidiana tengan sentido y sean estimulantes para el niño”, comenta María Paz.

Estar y regular. Es importante mostrarse disponibles en aquellos momentos en que nuestros hijos más nos necesitan, cuando lo pasan mal, cuando se estresan, cuando tienen rabia o miedo. La sicóloga asegura que cada vez que estamos y les ayudamos con sus emociones dejamos un legado para su desarrollo: “Las llamadas ‘pataletas’ que, finalmente, son instancias de desregulación emocional, son los espacios en que más tenemos que estar ahí acompañando la vuelta a la regulación de nuestros hijos. No dejarlos solos llorando o teniendo la expectativa de que se calmarán solos. No decirles cosas que les hacen más daño, no burlarse de ellos, no gritarles o pegarles, sino por el contrario hacer el ejercicio de acogerlos y entender que para conseguir la calma nos necesitan y requieren de nuestra propia tranquilidad para eso. Los adultos somos quienes cumplimos con la misión de ayudar en el aprendizaje de la regulación. Cuando hemos sido consistentes y hemos estado positivamente, llega un momento en que los niños aprenden a regularse a sí mismos. Nadie nace con esto resuelto, al contrario los seres humanos necesitamos de otros para poder conquistar estas habilidades, y así lo ha demostrado la investigación: mientras más receptivos somos los adultos mejor futuro tienen los niños”.

Límites

Protegen y generan una estructura necesaria para sentirse seguros, siendo fundamentales para un sano desarrollo, afirma Cristina Vera. La puesta de límites debiese siempre darse en un contexto de respeto y vínculo afectivo, reforzándose permanentemente y evitando desautorizaciones, porque generan confusión.

En este punto es importante diferenciar autoridad y autoritarismo. “En el polo del autoritarismo, los adultos nos ponemos en un nivel sobre los niños, estimando que nuestras ideas y nuestras formas de hacer las cosas son las únicas posibles, intentando imponer estas formas, anulando y deslegitimando las ideas que tienen también los niños y niñas respecto a lo que les pasa y lo que necesitan”, aclara María Paz Badilla.

En el enfoque de la parentalidad positiva, según comenta la sicóloga, se nos invita a pensar que el ‘control parental’ requiere de un vínculo afectivo lo suficientemente fuerte para poder operar. Los niños necesitan sentir que cuentan con nuestro apoyo para decirnos lo que es pasa, que tienen una buena comunicación con sus padres para poder priorizar el diálogo constructivo, que hay un acompañamiento basado en la orientación y no en la mera supervisión de conductas para permitirse equivocarse. estudiando.png

Otro punto que aborda María Paz Badilla es que, de alguna forma, los adultos estamos obsesionados con que los niños ‘hagan caso’ u obedezcan, pero tenemos que preguntarnos antes cómo hemos nutrido el contexto para que sean integradas las normas y límites que queremos poner y cuáles de estos son realmente importantes. “Si queremos que a largo plazo nuestros hijos sean autónomos, puedan cuestionar normas que no les hacen bien, tengan la capacidad para negociar y usar el diálogo antes que la fuerza, es imprescindible que modelemos estas experiencias desde temprana edad y les ayudemos a practicar. Si no, surge una ambivalencia ya que queremos que nos obedezcan a la primera y después queremos que de adolescentes no se dejen llevar por el grupo o no hagan lo que otros dicen. La autoridad se construye en el respeto mutuo y en entender que cada uno es diferente.

Los castigos no sirven

Los adultos deben potenciar conductas positivas, más que castigar los errores; anteponerse ante ciertas situaciones y prever consecuencias. El adulto debe mostrar suficiente control y regulación emocional para no incurrir en conductas de malos tratos. La directora de Fundación Ideas para la Infancia comenta que la palabra castigo está muy manoseada y no hay evidencia científica que pueda decirnos que el castigo es algo útil para educar o que tenga beneficios para la crianza: “Todo lo contrario, como método de enseñanza, sólo infringe miedo, rabia, intensifica la emocionalidad negativa y deja en los niños la sensación de soledad frente a la resolución de conflictos relacionales. Probablemente, muchas de las personas que validan el castigo fueron castigadas por sus propios padres y no conocen otra forma de enseñar o usar la disciplina con fines educativos y formativos. Porque la disciplina es eso, una vía para enseñar no para suprimir conductas, y el castigo pone por sobre la enseñanza el anular conductas específicas, pero obviando que el aprendizaje debe pasar por implicar, lo que Daniel Siegel llama ‘el cerebro superior’, es decir, debe conducir hacia el entrenamiento de la reflexión”.

La sicóloga explica que es mucho más provechoso para un niño entender que su conducta conlleva determinadas consecuencias y tener el espacio para comprenderlas en lugar de tener que irse a su pieza solo, que le quiten algo que le gusta o vivir en zonas de amenazas constantes. “La base de la disciplina es la compañía y no el castigo, muy por el contrario, potencia la desconexión entre el adulto y el niño, quedando este a la deriva en la resolución asertiva de lo que le ha pasado. Los adultos necesitamos entender que la crianza no es una carrera corta de 100 metros sino una de las maratones más largas que vamos a correr en nuestras vidas, y desde ahí necesitamos estrategias que tengan beneficios a largo plazo”.

¿Lo estoy haciendo bien?

Esa es la pregunta que surge al final de cualquier reflexión acerca de la buena crianza. La paternidad y la maternidad no se escapan del “deber ser”. Por ello, muchas veces padres y madres sienten que si se equivocan sus hijos e hijas van a crecer traumados. El no querer defraudarlos, sentirse evaluados y sensaciones de culpa son habituales, entonces, surge la inseguridad, angustia y conflictos que, en definitiva, hacen ser menos efectivos. Por lo tanto, más que evitar equivocarse –lo que es parte natural en la crianza– o tener la expectativa de cumplir con todo lo esperado a cabalidad, lo adecuado, según aconseja Cristina Vera, es mantenerse atentos a reconocer errores y buscar estrategias para intentar resolverlos. Asimismo, se debe estar atento a los logros y recursos como padres y como familia. La capacidad sensible, empática y flexible hacia los hijos e hijas, también hacia nosotros mismos, nos permitiría siempre buscar nuevas formas.