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Estrés y ansiedad en niños de hoy

La irritabilidad o mal humor, el bajo rendimiento en el colegio o en las actividades de la rutina diaria, así como la poca concentración, son solo algunos de los indicios que hablan de un posible caso de estrés infantil, un mal con alta prevalencia en la actualidad, al igual que la ansiedad. Se hace la diferencia porque no son lo mismo y saber reconocer cada una de estas alteraciones del ánimo es el principio de la solución.

Hablemos de salud mental. En Chile, alrededor de uno de cada cinco adultos ha tenido algún problema de este tipo. Con ese antecedente entre las manos, no es extraño suponer que los niños y niñas de nuestra sociedad vivan una realidad parecida.

La prevalencia de ansiedad y depresión en preescolares chilenos se calcula entre 12% y 16%, mientras que a nivel global se estima que la cifra no es más de 5%, eso según un estudio que analizó 19 mil niños de 24 países, de América, Europa, Asia y Oceanía, y en el que participó el psicólogo experto en infancia Felipe Lecannier.

A esta alta prevalencia, que además es transversal en cuanto a estratos socioeconómicos, se suma que este tipo de alteraciones no es fácil de detectar y eso afectaría su pronóstico.

Lo primero es saber que estrés y ansiedad no son sinónimos. Lissette Muñoz, psicóloga de la Universidad Andrés Bello y profesional de la Corporación Educacional San Guillermo de Puente Alto, explica que los aspectos principales que diferencian al estrés de la ansiedad tienen relación con la respuesta fisiológica.

El primero es una respuesta frente a dificultades específicas, como pueden ser pruebas y actividades de alta exigencia. Ese estado de estrés permite movilizarnos frente a la demanda externa, ya que activamos nuestros más amplios recursos para lograr llevar a cabo con éxito, por ejemplo, una tarea.

En el caso de la ansiedad, el escenario es otro. Se trata de un contexto donde impera una mayor dificultad, sobre todo en infantes. Ocurre así, porque en este caso la respuesta fisiológica sufre una desregulación que se acompaña de un constante estado de alerta, lo que puede darse frente a situaciones que no implican una dificultad mayor.

La diferencia entre uno y otra, por lo tanto, es la intensidad y duración: el estrés tiene una duración limitada, acaba cuando se da respuesta a la demanda. La ansiedad, por su parte, persiste aun cuando se ha podido lidiar con las exigencias; asimismo, la intensidad es desproporcionada, suele estar acompañada de síntomas como dolor de cabeza y de estómago, labilidad emocional e irritabilidad.

La situación se puede presentar desde etapas muy tempranas, incluso iniciando la escolaridad, por lo que se considera relevante el permanente acompañamiento de adultos que permita mediar las exigencias y expectativas.

Nunca subestimar

Las consecuencias de ambos estados son de cuidado, los episodios de ansiedad, en particular y como se mencionó, suelen ser intensos, incluso es posible que lleven a un deterioro en el ámbito social. Esto ocurre –explica la psicóloga– porque el niño puede retraerse de su ambiente a partir de una incapacidad para disfrutar de situaciones lúdicas, debido a que en sus pensamientos persiste la demanda frente a lo que debe realizar, acompañando el cuadro de malestares físicos producto de lo mismo.

Por ello, es de suma importancia estar alerta, sobre todo porque en la infancia se configura la salud mental de las personas, y de no atender el problema podría limitarse un desarrollo típico. Situaciones como estas, en otras consecuencias, tienen capacidad de coartar la creatividad, la cual se da mediante la exploración y juego con pares, algo que es esencial para adquirir habilidades y aprendizajes durante toda la vida.

Según advierte la psicopedagoga Paola Cartagena, quien también es parte del equipo de la Corporación Educacional San Guillermo de Puente Alto, la ansiedad o el estrés limitan el aprendizaje individual, así como también el colaborativo. Ocurre así porque para que estos se den es necesario un adecuado contexto.

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Cuando se habla de aprendizaje individual –dice la profesional–, no solo se consideran las habilidades que pueden surgir bajo presión para rendir adecuadamente, sino también aquellas socioemocionales, además de la autoestima. En cuanto al aprendizaje colaborativo, se debe considerar la colaboración entre los pares del niño o niña, es decir, involucra una interacción social, lo que se verá afectado si existe ansiedad o estrés.

“Por lo tanto, la manifestación a nivel emocional, cognitiva y fisiológica que provoca la ansiedad y el estrés limitan de forma creciente el desarrollo de habilidades para generar aprendizajes significativos, quedando de manifiesto la presencia de pensamientos erróneos que comúnmente se expresan como ‘no lo voy a lograr’ o ‘me voy a sacar una mala nota’, pese a tener dominio completo de los contenidos de aprendizaje”, afirma Paola Cartagena.

Sociedad exitista

El nacimiento de un hermanito, un cambio de casa, el inicio de clases o las circunstancias de una pandemia, son algunos de los factores relacionados con la aparición de un cuadro de estrés o de ansiedad.

Actualmente, se han presentado estas manifestaciones clínicas en niños y niñas de forma frecuente, lo que antes era muy inusual y casi exclusivo de la adultez, recalca Lisette Muñoz.

Además de los agentes mencionados, en esta realidad tienen un rol importante como detonante las altas expectativas de la familia y de los colegios respecto del rendimiento, algo que, generalmente, surge por la presión de una sociedad exitista como en la que nos encontramos, además de una falta de regulación por parte del adulto, quien acompaña durante todo el proceso al infante.

“Si bien muchos de los padres trabajan y poseen un tiempo limitado para compartir con sus hijos, es de gran relevancia propiciar un espacio exclusivo a la educación, ya que los niños y niñas no poseen los recursos necesarios para planificar de forma adecuada sus deberes; eso se va adquiriendo durante su desarrollo con el debido modelaje del adulto. Si no se proporciona este espacio, sumado a la sobreexigencia en el rendimiento, el alumno empleará sus limitados recursos, lo que propiciará los estados anteriormente descritos”, dice la psicóloga.

Estructuras para el relajo

Como el estrés y la ansiedad, hoy se asocian en gran medida a las exigencias académicas, el adulto debe proveer una estructuración al niño o niña frente a deberes escolares. ¿Cómo? Lisette Muñoz sugiere:

  • Dividir la materia a estudiar.
  • Organizar las tareas a realizar, de manera que se hagan en diferentes días y con anticipación.
  • Junto a lo anterior, es muy importante realizar una constante retroalimentación durante el proceso.
  • Dar cabida al error en pro de regular la tolerancia a la frustración, por ejemplo, siendo conscientes en todo momento que aun esforzándose se podría no lograr una nota esperada.

Por parte del colegio, agrega la sicóloga, es necesario instruir a las familias respecto de las consecuencias de la sobreexigencia y la falta de mediación y modelaje en cuanto al proceso de enseñanza-aprendizaje, además de estar alerta a los malestares fisiológicos que presentan los alumnos frente a la tarea, de manera que sea posible entregar la atención oportuna.

Paola Cartagena coincide en la idea de crear estructuras. “Es necesario, además, abordar el desarrollo de los niños y niñas desde un plano multidimensional, por tanto, en casa, el trabajo será de la familia, logrando una armonía respecto de las expectativas que se manejan en cuanto al rendimiento, lo que implica considerar apoyos para la ejecución de tareas y trabajos, así como estructuración de los tiempos de ocio y estudio”.

Lo primordial, dice la psicopedagoga, es lograr un equilibrio, validando los éxitos y errores que se puedan cometer, priorizando el proceso (lo aprendido) más que el resultado, que sería la nota en sí: “De esta forma, propiciaremos un ambiente seguro con una base sólida que llevará al estudiante a desarrollar un rol activo, acompañado de motivación e involucramiento; aquello le permitirá aprehender el conocimiento y, finalmente, se traducirá en un aprendizaje más profundo y significativo”.

Vale saber que también es importante controlar el estrés y la ansiedad propia, la de los adultos a cargo del menor, de manera que se pueda ser un modelo sano para los niños y niñas que observan. En ese sentido, resulta imperioso trabajar en una actitud de aceptación de unos a otros y mostrarse positivos, sobre todo, para afrontar situaciones adversas.

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En el día a día, deben estar presentes la paciencia y el tiempo para la familia. En casa, se recomienda comenzar la jornada más despacio, procurando tiempos para compartir; resulta mejor levantarse un poco antes de ir al trabajo y el colegio para iniciar el día tomando desayuno juntos. Del mismo modo, antes de acostarse, se sugiere procurar instancias de conversación o lectura de un cuento.

Los expertos concuerdan en que esto crea una base y, cuando los pequeños sientan miedo o angustias, es más fácil hacerles sentir contención, de lo contrario pueden aprender a esconder sus emociones o predisponerlos para que esas emociones reaparezcan.

En definitiva, resulta relevante estar atentos a los cambios en la conducta habitual de nuestros niños para detectar cualquier cambio que pueda reflejar estrés o ansiedad y frente a esto actuar con paciencia y contención amorosa, partiendo por la acogida para avanzar en una actitud que les permita sentirse acompañados en sus errores y fracasos y estimulados en sus aprendizajes y logros.