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Cultivar la inteligencia

Al hablar de inteligencia no hacemos referencia a la cantidad de información que se maneja, tampoco de una habilidad estrictamente académica ni del talento para superar pruebas. El concepto de inteligencia se refiere a la capacidad de comprender el propio entorno, de adaptarse a él y, si es posible, de modificarlo en beneficio propio o de los demás. Estimularla, por lo tanto, es clave.

En 1994, Mainstream Science on Intelligence planteó —como una definición general— que la inteligencia es la habilidad de razonar, planear, solucionar problemas, pensar en forma abstracta, comprender ideas complejas, inhibir impulsos, adaptarse eficazmente al entorno y aprender rápidamente y desde la experiencia. Con ello, la inteligencia se podría considerar como una capacidad general que puede manifestarse en una gran variedad de contextos.

Para Howard Gardner, psicólogo y profesor de la Universidad de Harvard, destacado investigador de las habilidades cognitivas, el concepto de inteligencia comprende un conjunto de capacidades especiales del ser humano que se dan en el desarrollo individual, que pueden evidenciarse de distintas maneras y en las que intervienen factores de la personalidad y el contexto. Según Gardner, existen muchas y distintas facultades intelectuales o competencias, a las que denomina inteligencias múltiples, y cada una de estas puede tener su propia historia de desarrollo.

Pero cualquiera que sea la definición -dice el médico de la Universidad de Chile Sergio Mora, experto en neurociencia y aprendizaje-, la evolución de la inteligencia humana tiene que ver con el crecimiento y maduración del cerebro: “Se inicia desde el momento mismo del nacimiento, o quizás antes. De ahí la importancia que tiene para los educadores conocer los principios neurobiológicos que rigen el desarrollo cognitivo y afectivo de los niños, ya que de esta manera pueden adquirir las herramientas necesarias para estimular la inteligencia de cada alumno”.

¿Cuándo comenzar a estimular la inteligencia?

Si bien empieza a desarrollarse desde que nacemos y continúa durante toda la vida, los primeros seis años de vida son cruciales para determinar el grado de inteligencia que se tendrá cuando adulto. Sergio Mora explica que heredamos enormes potencialidades para desarrollar a lo largo de nuestra vida: “Afortunadamente, llegamos al mundo con una enorme capacidad de aprender y disponemos de los dispositivos neuronales para ello. El cerebro del recién nacido tiene, más o menos, la misma cantidad de neuronas que el de un adulto, pero lo realmente importante es que esas neuronas se conecten entre sí y formen redes para que el cerebro funcione de forma eficiente y se evidencien las potencialidades heredadas”. Esas redes neuronales se van generado mediante la estimulación que el cerebro recibe a través de los sentidos y del movimiento. “Hasta los seis años, el niño dispone de un potencial que no volverá a tener en toda su vida y está demostrado que una estimulación adecuada y sistemática, sobre todo durante los tres primeros años, contribuye a desarrollar sus enormes capacidades. Por eso se recomienda que el niño crezca rodeado de estímulos sensoriales y psicomotrices. Es lo que se conoce como “aprendizaje temprano”, dice el doctor Mora.

Según el médico español Carlos González, pediatra y reconocido autor de libros sobre crianza, salud y alimentación infantil, “el desarrollo de la inteligencia es un viaje en dos etapas: educación y primeros años. En esta última se produce la base de la inteligencia, en el afecto y atención que reciben los niños de sus padres. En este sentido, es necesario recalcar el papel fundamental que tiene la madre, como factor determinante de la inteligencia de sus hijos. “Los cuidados que haya tenido durante el embarazo, todo lo que haya consumido y su salud mental, repercutirán en el desarrollo del cerebro y sus funciones cognitivas. Luego del nacimiento, el desarrollo de la inteligencia del bebé va a estar determinado, principalmente, por la nutrición que reciba a través de la leche materna, el afecto y la estimulación temprana”, dice el doctor Mora. Entonces, a partir de situaciones de abandono, de maltrato y de desnutrición en los primeros meses de vida, surgen daños en el desarrollo cerebral que pueden ser irreversibles. “Los niños con más posibilidades de éxito a lo largo de la historia, han sido aquellos que en su casa han tenido un ambiente culturalmente rico, aquellos cuyos padres, especialmente las madres, guiadas por su amor y su sentido común, han valorado la cultura y han dado oportunidades a sus hijos, desde el primer día, para tocar, ver, oír y moverse”, añade el médico.

¿Qué estimulamos?

Cuando se habla de fomentar la inteligencia, el centro es favorecer las condiciones ambientales para que las funciones humanas superiores alcancen su máxima potencialidad, algo que se logra cuando se conceden las oportunidades de aprendizaje durante los primeros años, aquellos de especial desarrollo neurológico.

Sergio Mora puntualiza que, al estimular la inteligencia, se trabaja sobre lo que se conocen como las funciones ejecutivas del cerebro, aquellas que dependen del desarrollo y maduración de la corteza prefrontal e incluyen funciones básicas, como la memoria de trabajo, la flexibilidad cognitiva y el control inhibitorio. También otras más complejas, como la planificación, el razonamiento y la resolución de problemas.

Las funciones ejecutivas pueden describirse también como un conjunto de herramientas cognitivas que permiten el establecimiento del pensamiento estructurado, planificar y ejecutar en función de objetivos planteados, anticipar y establecer metas, el seguimiento rutinario de horarios a través del diseño de planes y programas que orienten al inicio, desarrollo y cierre de las actividades académicas o laborales, avance del pensamiento abstracto y operaciones mentales, la autorregulación y monitorización de las tareas y su organización en el tiempo y en el espacio.

Juego y neurodesarrollo

Como la inteligencia depende del desarrollo y maduración del cerebro, que evoluciona gracias a la experiencia, el método educativo para conseguir que los niños estimulen su  inteligencia se basa en desarrollar al máximo todas sus áreas sensoriales.

“En esta etapa de la vida es fundamental el papel que juegan las educadoras de párvulos. Son ellas las que tienen la oportunidad, junto con los padres, de identificar, hacer florecer o potenciar los talentos que todo niño trae como consecuencia de su genética. Cada uno muestra a temprana edad su propio perfil de talentos, lo va evidenciando a través del juego, sus elecciones, sus nacientes destrezas o en las actividades que prefiere, rechaza o ignora”, explica Sergio Mora. Y, ya que la inteligencia consiste en tomar decisiones, solucionar problemas, controlar emociones, pensar y aprender, el especialista reafirma la importancia que tiene darle al niño la oportunidad para que explore libremente su entorno, entregarle herramientas que echen a andar su imaginación o que le planteen problemas cuya solución les va a producir agrado. Todo esto se consigue a través del juego, en particular cuando es libre y no controlado por algún adulto. "El juego está vinculado tanto con las actividades naturales del ser humano, con su desarrollo físico, intelectual y moral, como con factores constructores del lenguaje, el pensamiento y la mente infantil. Hoy, las investigaciones neurocientíficas van poniendo en evidencia que las experiencias tempranas van modificando la arquitectura del cerebro; y en este caso el juego, visto desde una experiencia multifacética, es un factor esencial que acompaña al neurodesarrollo y facilita la estructuración de habilidades sensoriales, físicas, intelectuales, emocionales, sociales y morales, fundamental para la construcción de las funciones ejecutivas y del cerebro social”.

En la sala de clases

¿Qué pasa cuando el niño comienza su formación escolar? “A estas alturas, el cerebro ya ha alcanzado su tamaño casi definitivo y continúa madurando y desarrollando sus funciones ejecutivas. Sin embargo, el sistema educativo vigente —salvo raras excepciones— no parece estar diseñado para que nuestros hijos sean más inteligentes, sino que para que adquieran cada vez más información o contenidos”, responde Sergio Mora. En ese contexto, Mora concluye que el éxito o el fracaso de la educación de un niño no depende del método educativo que reciba, o por lo menos no solamente de esto, también está determinada por su carácter, la estimulación recibida, la implicación de los padres, el entorno que le rodea, el cariño que haya recibido, la libertad con la que actúa y su capacidad de decisión: “Se ha comprobado que no hay posibilidad de desarrollar la inteligencia si no es mediante la estimulación. Todos los niños, al nacer, son potencialmente muy inteligentes. Que su inteligencia llegue a ser efectiva, depende de la cantidad y calidad de los estímulos recibidos”.

Malas prácticas

Muchos de los errores que se cometen en la sala de clases tienen un origen común: no considerar la forma natural en que aprende el cerebro. Así de puntual califica el problema el doctor Mora. “El cerebro no es un mero depósito de información, no trabaja en base a contenidos. Su función principal, el aprendizaje, requiere de la construcción del conocimiento a partir de una experiencia sensorial que atraiga su atención y despierte su curiosidad, que lo lleve a reflexionar o pensar en forma abstracta y tomar decisiones que se expresan en acciones, movimientos que nos permiten solucionar algún problema o seguir aprendiendo. En consecuencia, es un error no considerar que el cerebro aprende haciendo, que el proceso disminuye si el estudiante permanece mucho tiempo sentado, que es holístico, involucra no solo al cerebro, sino que también al resto del cuerpo y sus interacciones con el entorno. Si el ambiente no es propicio o carece de comodidades mínimas, el aprendizaje se hace más difícil”.

Otros dos errores que reconoce el especialista son:

También es necesario:

  • Tomar en cuenta el ambiente emocional en el aula y manejar las fuentes de estrés.

  • No privilegiar ciertas asignaturas en desmedro de otras, como educación física, artes, música, idiomas o filosofía. “Estas últimas son fundamentales para el desarrollo cognitivo y, más aún, favorecen el aprendizaje de las demás disciplinas”, dice el doctor Sergio Mora.

Aprendizaje activo

Este tipo de aprendizaje es una alternativa a la educación tradicional, pasiva y centrada en el profesor. Su diseño e implementación se centra en el alumno al promover su participación y reflexión continua, a través de actividades que consideran el diálogo, la colaboración, el desarrollo y la construcción de conocimientos. “Es una estrategia de aprendizaje que se aproxima muy estrechamente a la manera en que el cerebro aprende, a partir de una experiencia y ejecutando finalmente una acción, un movimiento (…). Las investigaciones han demostrado que el cerebro rápidamente olvida aquellos aprendizajes que no se utilizan o no se ponen en movimiento para solucionar algún problema”, comenta Sergio Mora. Un estudiante aprenderá cuando realiza algo o aplica el nuevo conocimiento para solucionar un problema real o simulado. Esto, que se llama educación orientada hacia los estudiantes y su participación activa, contempla cuatros aprendizajes diferentes, comenta el especialista:

  • Constructivista: considera el conocimiento como una elaboración personal y no una simple copia de la realidad y su entorno.
  • Situado: contempla el aquí, ahora, bajo estas circunstancias y contextos concretos y reales.
  • Social: es fruto de la interacción social. Por ejemplo, en los últimos años, el aprendizaje entre pares y en clases masivas se ha convertido en una potente y efectiva herramienta de interacción para aprender.
  • Autorregulado: los estudiantes tienen que percibir qué actividades deben realizar para aprender, evaluar los procesos y resultados, y retroalimentar las actividades ajustadas por ellos mismos.

Siete actividades para el colegio

La sicopedagoga Andrea Leblanc, profesional de Inacap, explica la importancia de algunas de las actividades puntuales que se pueden llevar a cabo para estimular la inteligencia. Se trata de tareas útiles para diferentes edades, pero mientras antes se inicien, mejores resultados se pueden obtener.

  •        Ordenar la sala de clases en conjunto con los niños. Así se trabaja el concepto de estructura y se fomenta la autorregulación. Con esta actividad, además, los alumnos integran la idea de ser partícipes de su entorno y de su aprendizaje.
  •        Tocar instrumentos musicales, explorando aquellos a su alcance para que sean ellos mismos quienes elijan con cuál trabajar. La práctica les otorga ventajas en los procesos de aprendizaje dentro de la sala de clases.
  •        Ejercicio físico, pues contribuye a que los niños aprendan más rápido, por ejemplo, nuevo vocabulario, ya que la actividad aumenta el flujo de sangre en la zona del cerebro enfocada en la memoria y el aprendizaje.
  •        Leer en conjunto con los niños, señalando las palabras y leyendo con ellos, no para ellos. Esta tarea ayuda a desarrollar las habilidades lectoras y se recomienda promover que también la hagan los apoderados en sus casas.
  •        Trabajar en equipo, por ejemplo, distribuyendo a los alumnos en grupos que estén compuestos por niños con alto y bajo rendimiento. Mezclados entre pares, se logran desarrollar las habilidades de quienes tienen bajos registros, al tiempo que se potencian las de los estudiantes con buenas calificaciones.
  •        Aprender haciendo, es decir, preocuparse de que las actividades a realizar, sean hechas basándose en la experiencia, que los niños vayan aprendiendo desde lo que van escuchando, mirando, tocando, probando, etc. Que usen sus sentidos, ya que así el aprendizaje es más significativo y, por lo tanto, de mejor calidad. El aprendizaje verdadero no es pasivo, es activo.
  •        Procurar que los niños sientan alegría en su sala de clases. “El profesor debería preocuparse de que sus alumnos sean felices aprendiendo en ella, ya que la felicidad es una tremenda ventaja en un mundo que enfatiza el desempeño. El primer paso para que los niños sean felices en el aula, es que sus profesores sean felices enseñándoles  y apoyando sus aprendizajes”, dice la sicopedagoga.

Mientras antes se comience con estas prácticas, mejores resultados se pueden obtener recalcan los especialistas. Se trata, además, de un trabajo constante que no debe cesar, como tampoco lo hace el cerebro en su desarrollo.

Paula Reyes Naranjo Periodista