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Los valores patrios también se fomentan

Septiembre y Fiestas Patrias, tiempo de celebración y actividades en familia, de gratos momentos en torno a las costumbres más típicas del país, la mejor instancia para que los niños desarrollen la identidad nacional, el respeto y amor por la cultura chilena. Si estos valores se fomentan desde la casa y se fortalecen en la vida escolar, el resultado es -a futuro- ciudadanos más comprometidos.

El tributo a la bandera o al himno nacional es solo una de las formas en que el país promueve el amor y el respeto por la patria. Cuando se acerca el 18 de septiembre y se conmemora la Junta Nacional de Gobierno de 1810, todos esos valores parecen elevarse y estar en boca de todos. Sin embargo, esto no tiene por qué suceder únicamente en época de Fiestas Patrias. Por lo mismo, lo primero es hablar sobre qué son los valores patrios, por qué y cómo pueden propiciarse en los niños a lo largo del año, como parte de su vida diaria.

Los valores patrios parecen tener su origen a mediados del siglo XIX, cuando comienza a forjarse y, más aún, a fortalecerse la imagen del Estado chileno. Colaboran en esto el relato de un origen común para nuestra población, uno capaz de unir tradiciones prehispánicas con las costumbres coloniales y aquellas surgidas una vez creada la nueva república. La tarea fue desarrollada por la clase dirigente a través de la educación formal y acciones puntuales, como la inauguración de la Academia de Pintura en 1849, establecimiento que fomentó la imagen de nación independiente mediante el trabajo de artistas visuales que representaron en sus obras importantes hitos como la Conquista, la Independencia y la Guerra del Pacífico.

Cuando Chile cumplió un siglo como país emancipado, la Exposición Histórica del Centenario exhibió piezas representativas de la historia de Chile, entre las que se contaron implementos que fueron propiedad de José Miguel Carrera y Bernardo O'Higgins. El relato sobre la vida de personajes como estos, hombres descritos como padres de la patria, ha sido hasta hoy otra forma de promover valores nacionales. Contenido clásico de asignaturas de historia o clases de educación cívica, son tema obligado junto al repaso de hitos históricos fundacionales, como la Primera Junta Nacional de Gobierno o la firma del Acta de Independencia, el 12 de febrero de 1818. Junto a las distintas conmemoraciones de batallas libradas para defender el territorio, lo anterior ha servido para exaltar modelos de ciudadanía e imaginario de una identidad común. Lo mismo ha ocurrido con la imagen del huaso que, durante la celebración del Centenario, se transformó en ícono de chilenidad y, gracias a sus particulares características –propias del pueblo chileno–, pudo diferenciar al hombre local de sus pares latinoamericanos.

También han colaborado acciones más contemporáneas, como la creación del Día del Patrimonio Cultural, actividad instaurada en 1999 para que las personas conozcan y disfruten el sentido de pertenencia cultural e histórica, gracias a la apertura de antiguos edificios públicos y privados, muchas veces, escenario de las historias que narran los libros.

Desde temprana edad

El patriotismo, entendido como el amor por el territorio natal, resulta un sentimiento formado en los primeros años de vida. Las voces expertas dicen que cuando el aprendizaje de los valores patrios comienza en la etapa preescolar, el respeto por el lugar donde se ha nacido y por los conceptos de ciudadanía, se manifiesta con mayor intensidad y conciencia. Ya en la adultez, esos niños tendrán una participación más significativa en el ámbito cívico, social y cultural de su país.

Las Bases Curriculares para la Educación Parvularia  también destacan la importancia de construir la identidad nacional desde pequeños. Se plantea que en el segundo ciclo de esta etapa los niños puedan reconocer hechos y personajes relevantes de la historia del país y del mundo gracias a cuentos o relatos, y visitas a lugares históricos. También, que los alumnos sean capaces de identificar y valorar símbolos patrios, así como querer el patrimonio nacional y aprender juegos y bailes tradicionales. La intención es que en los primeros años de escolaridad, los niños fortalezcan su identificación con la comunidad. Para lograrlo, las propuestas son variadas e implican actividades diversas, como, por ejemplo, ubicar a Chile en un mapa del mundo e investigar acerca de sus paisajes, flora y fauna. Además, se recomienda hablar de las riquezas naturales presentes a lo largo y ancho del territorio nacional, saber cuándo y por qué se celebran las fiestas tradicionales, escuchar o leer mitos y leyendas regionales, degustar platos típicos, bailar danzas locales y cantar canciones folclóricas. De gran importancia es valorar a los pueblos originarios y el aporte que entregan a la sociedad chilena. Todo lo anterior, dentro de un marco de respeto hacia las personas de otras nacionalidades, promoviendo los beneficios de conocer otras culturas y evitando cualquier actitud de discriminación.

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El rol de la escuela

Como ocurrió en los inicios de la República, la educación escolar tiene actualmente un importante rol como órgano formador de valores patrios. Según expertos, se trata del espacio ideal para reforzar ideas de ciudadanía, memoria e identidad nacional.

Aunque el colegio no es el único lugar de formación y la familia cumple una función importante, Francisco Navarrete, Licenciado en Historia y Ciencia Política, y profesor de Historia de la Universidad Católica de Chile, representante de editorial Caligrafix invita a no olvidar que la escuela es un crisol cultural donde los niños pasan gran parte de sus días: “Es ahí donde se debe educar en valores y se debe enseñar cómo resolver de manera pacífica los conflictos. Si en un hogar tenemos problemas de violencia intrafamiliar, el colegio se convierte en un lugar de acogida. Si en un hogar no hay preocupación por valorar el esfuerzo y los logros de un niño, el colegio se convierte en lugar donde se premia estas actitudes”.

Para el docente, como los niños son ciudadanos sujetos de derecho, en la medida que los hagamos conscientes de estos valores, llegarán a su casa y transformarán su propia realidad: “Debemos darles las herramientas y los argumentos. La escuela tiene un papel importante para afianzar estos valores, por lo que padres y educadores debemos trabajar en equipo para inculcar de manera natural las tradiciones que han sido transmitidas por nuestros ancestros, de generación a generación. La escuela debe aprovechar sus recursos para involucrar a los alumnos en la participación de nuestras fechas patrióticas, así como realizar lecturas sobre nuestra historia, conversar sobre nuestros héroes nacionales, utilizando como recursos la dramatización, la creación de títeres personificando nuestros personajes históricos, la elaboración de rompecabezas con imágenes patrióticas, el desarrollo de libros de cuentos relacionados con nuestra cultura, etc”.

Los juegos y el hogar

Los niños de todas las épocas siguen la tradición de sus padres, comenta Navarrete. Entonces, en la medida que los adultos continúen con ellas, los niños lograrán asimilarlas: “Sin embargo, la cultura no es una expresión estática y siempre se producen cambios. Por ejemplo, las peleas de gallos fueron prohibidas por O´Higgins y hoy tenemos ciudadanos que quieren prohibir el rodeo, mientras que las carreras de perros galgos cayeron en franca decadencia y nadie, que yo recuerde, estuvo en contra de ellas. Lo mismo ocurre con otras tradiciones que legislativamente se han tratado de proteger, como es el caso de los organilleros, el circo, el vendedor de mote, las comidas típicas, etc. En la medida que nosotros los valoremos y los usemos de manera habitual, nuestros niños también lo harán”.

Además de ese comportamiento, ¿de qué manera podemos hacer esto más fácil y entretenido para los niños? ¿Cómo lograr que se empapen de nuestras tradiciones y se entretengan aprendiendo? La mejor manera –dice el experto– es conmemorar los valores de la democracia y de la patria a través de los juegos. “Cumplen una función muy importante en la formación de las personas e incluso en los adultos. El objetivo de los juegos es generar una actividad placentera, con ellos se liberan los conflictos y el estrés, se estimula el trabajo en equipo, se promueve la inclusión, se ignoran los problemas o se resuelven. Todos ellos están vinculados al desarrollo de los principales aspectos de la vida de una persona: física, mental, intelectual y normativa”.

Junto a lo anterior, fomenta de especial manera los valores patrios el comentar y leer acerca de nuestra historia. Lo mismo ocurre cuando se cantan canciones del folclor y se recitan refranes típicos. Otras buenas prácticas pro valores patrios son:

  • Cocinar platos típicos e involucrar en eso a los niños, por ejemplo, asignándoles tareas simples como encargarles abrir las hojas del maíz cuando se cocina un pastel de choclo.
  • Jugar al trompo, elevar volantines, competir con un tejo, etc. Los juegos típicos son parte esencial de toda cultura y practicarlos con los niños, junto con acercarse a ellos, permite mantener tradiciones.
  • Usar la bandera no solo en época de Fiestas Patrias.
  • Incluir a los niños en actividades cívicas, como el día de votación para determinadas elecciones.
  • Demostrar respeto por los emblemas nacionales y, de ese modo, ser ejemplo de comportamiento.

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Pertenencia

La identidad nacional es el sentido de pertenencia al lugar donde se crece y al grupo de coterráneos, es decir, las personas con quienes se comparte un pasado y una cultura, incluidos valores, hábitos, creencias y tradiciones. Cuando se habla de identidad nacional, participan el idioma que hablamos, las comidas que preparamos, el vestuario que usamos, la educación que recibimos y la forma en que entendemos el mundo. Muchas veces corresponde a aspectos emocionales, pero otras tantas, a elementos cognitivos, es decir, conocimiento de que somos una comunidad que habita un territorio específico, de los emblemas patrios, de hechos y vida de personajes cuyo actuar se inspiró en la nación. El tercer espacio en que se mueve la identidad nacional es el afectivo: sentimientos hacia quienes forman parte de nuestra comunidad, orgullo por pertenecer a esta y arraigo con el territorio.

No se debe olvidar que la identidad nacional es un sistema dinámico, en permanente construcción y, por lo mismo, factible de fortalecer con la promoción de valores patrios, especialmente hoy, cuando el concepto de globalización, de algún modo, la ha mermado.

Paula Reyes Naranjo Periodista