“Para dimensionar la importancia que tiene poner límites a los niños, basta con imaginar una situación extrema como la que sigue: un niño de tres años queriendo cruzar la calle en medio del tráfico de vehículos sin un adulto que lo acompañe.” Así comienza dando justa importancia al tema la sicóloga Geraldine Oliveros. La especialista, que se desempeña como académica de planta en la Escuela de Psicología, Campus Providencia de Universidad de Las Américas (UDLA), asegura que los límites son fundamentales porque corresponden a las normas que regulan la conducta de los niños para el resguardo de su integridad física y emocional: “Por lo tanto, se asocian a un desarrollo saludable. Todo niño necesita espacio para explorar, descubrir sus capacidades, ganar autonomía y adquirir nuevos aprendizajes, pero esto debe darse en un contexto de seguridad y afecto. Las normas claras entregan esa sensación, pues delimitan la cancha de actuación en el niño y favorecen su adaptación al ambiente físico y social”.
Conductas a evitar
En el aprendizaje de las normas, las piezas clave son los padres o adultos responsables del niño que –como señala Geraldine Oliveros– son sus primeros agentes de socialización. “De este modo, las normas comienzan a aprenderse en la primera infancia, cuando los pequeños se hacen conscientes de que hay cosas que pueden hacer y otras que no les son permitidas”, afirma la sicóloga.
Por supuesto, el grado de entendimiento de esas normas dependerá del nivel evolutivo del pequeño. En este proceso, vale estar consciente de algunas malas prácticas o de decisiones inadecuadas. “Los principales errores de los padres al aplicar límites es no ser claros en cuanto a las normas. La ambigüedad o no ser precisos respecto de la conducta que se espera en el niño, no permite que este ajuste su comportamiento en forma exitosa. Otro error está asociado a la sanción cuando se transgrede una norma, cuando no se es consecuente con la medida disciplinaria. Todas estas situaciones confunden al niño y le trasmiten una visión de su entorno poco predecible, afectando su seguridad personal.
También es usual equivocarse poniendo límites, pero sin explicar el porqué de la norma. Eso no ayuda al niño a progresar en su comprensión y hacer propias las normas. Es un punto especialmente importante y necesario de comprender para el desarrollo del autocontrol, es decir, pasar desde un control externo a uno interno”.
En busca del equilibrio
“La falta de claridad en las normas repercute negativamente en el desarrollo del niño, afecta su estabilidad emocional, el aprendizaje del control sobre sí mismo y de habilidades sociales para su integración constructiva al medio”, afirma Oliveros.
Agrega que algunas manifestaciones de lo anterior son las conductas de baja tolerancia a la frustración y excesos o la poca asertividad en las relaciones sociales, situación que se expresa en niños y adultos.
Por el contrario, cuando los padres ponen normas y estas son claras, se genera un efecto favorable para el desarrollo: “El niño aprende que hay restricciones a sus iniciativas, que son fundadas en razones lógicas; aprende a postergar la gratificación inmediata o a buscar canales apropiados para satisfacer sus deseos. Todo esto le entrega confianza y permite una mejor convivencia social”.
No siempre es fácil lograr el justo equilibrio, establecer normas y límites requiere paciencia y constancia. Es usual, por ejemplo, que los adultos sean en algunos momentos permisivos y en otros, autoritarios. Sin embargo, hay que tener cuidado con eso, pues el problema es que ambos estilos de crianza hacen que niños y niñas no se sientan queridos o protegidos por los adultos. Por una parte, al ser permisivos, se les transmite el mensaje de ‘da igual cómo te portes, no me interesa lo que hagas o dejes de hacer’. Cuando se es muy autoritario, en cambio, los niños pueden recibir ideas como ‘no quiero que crezcas’ o ‘no quiero que te equivoques’.
Falta de tiempo
En la actualidad, hay factores psicosociales que complejizan la tarea de educar y criar a los hijos. Hablamos de extensas jornadas de trabajo y escaso tiempo para compartir en familia, así como la falta de apoyo social. “Esto motiva que haya padres que no quieran frustrar a sus hijos poniéndoles normas. Lo hacen para no sentirse malos papás o para compensar sus sentimientos culpa. También puede ocurrir que lleguen a sus casas al final del día sin el estado emocional necesario para contener y acoger a los hijos. En este sentido, es importante reconocer que la laxitud en los límites atribuidos a los padres, haciendo la comparación con la crianza en otros tiempos, responde a cambios socioculturales, a otras condiciones de vida y de trabajo, que afectan el modo de funcionamiento de los adultos”, dice Geraldine Oliveros.
El sentimiento de culpabilidad es muy común cuando, al intentar establecer límites y normas, surge una reacción de desaprobación fuerte por parte del niño: llantos y enojos que son difíciles de ignorar por los padres. La opinión experta enfatiza que es muy importante considerar, incluso en ese momento, que tanto normas como límites son una demostración de cariño, porque a la larga les hace sentir protegidos y cuidados. También es una manera de reconocer los derechos de la infancia, teniendo presente que es responsabilidad de los adultos mostrarles las cosas que pueden o no hacer. Entendiendo de esta forma las normas y límites, se pueden evitar sentimientos de culpabilidad, la sensación de provocar –sin intención– algún tipo de daño.
Siete fórmulas base
Teniendo claro que los límites ayudan al desarrollo positivo de los niños, que son expresión de amor hacia ellos y normas necesarias para guiar el proceso de su maduración, vale más que nunca seguir estos consejos específicos a los que invita Geraldine Oliveros, una especie de punteo con lo básico en la tarea de ‘rayar la cancha’:
- Conocer que las normas deben adecuarse al nivel evolutivo del niño, en cuanto a sus necesidades y entendimiento. Por ejemplo, es normal que entre los tres y cinco años sean voluntariosos o que en la etapa de adolescencia necesiten más libertad para diferenciarse y establecer una identidad personal.
- Siempre entregar las normas en un contexto de afecto, explicando el beneficio de ellas.
- Ser específico en cuanto a la conducta esperada. Es distinto decir ‘pórtate bien’ (que puede tener distintos significados) a ‘deja de saltar sobre la cama y acuéstate ahora’.
- Ser firme en la entrega de normas. Hablar con tono de voz calmada, pero segura.
- Ser consistente en las medidas disciplinarias en caso de transgredir una norma.
- Actuar en bloque o en forma coordinada. Los padres deben apoyarse, no desautorizarse.
- Elogiar y reconocer el cumplimiento de normas; esto refuerza la conducta deseada en el niño y genera sentimientos positivos, además de propiciar un buen clima familiar.
Siempre pensando en ellos
¿Qué sentido hay en seguir las normas y los límites? Puede que lo tengamos claro los adultos, pero los niños también deben comprenderlo y la recomendación es tener una acertada respuesta para transmitírsela. Será un piso a partir del que se logrará su respeto ante las reglas. Pero, cuidado, más que una explicación de unas cuantas frases, se trata de:
- Hablar en términos positivos. Entregar órdenes que mencionen una buena conducta: ‘mantén tu pieza ordenada’. En este sentido es un error: ‘no desordenes tu pieza’.
- Saber que es un aprendizaje. El proceso de instaurar normas es un camino lento, con avances y retrocesos. Lo importante es tener consistencia en las normas y en el tiempo.
- Mostrar el sentido. Las normas se cumplen, no porque las impone el adulto. No es válido el ‘porque sí’. Si no se procede de esa manera, es posible que cuando el adulto no esté, el niño salte la regla.
- Hacer saber que nuestros actos tienen consecuencias. Y esto debe establecerse con anterioridad para que el niño aprenda, poco a poco, a regularse por sí mismo.
- Celebrar. Las normas no deben ser respetadas por temor, y es mucho mejor que su cumplimiento sea ‘festejado’ para que los niños sientan que vale la pena acatarlas.
- Priorizar. Un entorno lleno de reglas, muy probablemente, terminará agobiando y confundiendo respecto de lo que es verdaderamente relevante.
- Evitar juicios. Frase como ‘siempre te portas mal’ o ‘eres muy porfiado’ tienen el efecto de hacer sentir que no se nos valora por aquello para lo que tenemos méritos.
- Mejor oraciones cortas. Funcionan mejor que largas explicaciones, pero es importante que sean órdenes concretas, no ambiguas. Mejor ‘no botes los juguetes al suelo’, que ‘sé educado’.
- Entregar opciones. Cuando el niño tiene dos alternativas, que en el fondo hablan de lo mismo, el pequeño cumple la orden sintiendo que tiene algo de control sobre la situación. Ejemplo: ‘hora de comer, ¿prefieres que te dé la comida o te corto la carne en trozos pequeños?’
- Evitar la palabra ‘yo’. Cuando se da una orden anteponiendo el deseo propio, de algún modo, se genera una lucha de poder con los hijos. En lugar de decir ‘yo quiero que hagas tus tareas ahora’, mejor ‘es hora de la tarea para que puedas tener tiempo de jugar’.
- Cuidado con la emociones. El control es importante, no importa si se está muy enojado o alterado. El camino es respirar pausado, pensar y luego corregir al niño. Un grito innecesario puede causar daño y un mal momento a todos.
Paula Reyes Naranjo Periodista